jueves, 28 de mayo de 2009

FERNANDO LUGO ESTÁ PROTEGIDO, PERO, ¿QUIEN PROTEGE A LA IGLESIA?

FERNANDO LUGO ESTÁ PROTEGIDO, PERO, ¿QUIEN PROTEGE A LA IGLESIA?

¿Quién protege a la Iglesia?
Sus abusos son amparados por partidos y gobiernos, que no rompen la «ley del silencio» con la que acogen sus actos


JOSÉ MANUEL BARREAL SAN MARTÍN

La Iglesia católica sigue sufriendo los embates de pedofilia por parte de sectores de curas y de la jerarquía de la misma. Un tema demasiado recurrente que desde hace algún tiempo ocupa páginas en los diarios del llamado mundo occidental y, por tanto, de los españoles. Ahora, el último escándalo se refiere a los abusos y maltratos a menores en instituciones de la Iglesia católica en Irlanda entre los años treinta y noventa. Informe recogido en más de 2.500 páginas por una comisión de investigación, a lo largo de nueve años, mediante testimonios de numerosas víctimas. En España, si bien hasta el momento no se recogen tantos casos, sí se puede hacer referencia a algunos, sin que sean los únicos. El del cura de 74 años Rafael S. N. (2007) por abusar sexualmente de un menor entre los años 1999 y 2001, habiendo sido declarado responsable civil subsidiario el Arzobispado de Madrid. Y el caso del Seminario de Ontaneda en Cantabria, en el que durante las décadas de 1950 y 1960 se produjeron casos de abuso sexual a seminaristas por el fundador de la Legión de Cristo. Destacan, también, las declaraciones del obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez, afirmando que «hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo (con los abusos) y además, deseándolo, incluso si te descuidas te provocan»; de las que la Conferencia Episcopal no se ha desmarcado.

El revuelo y el escándalo que provocan estas noticias no sólo tienen una efímera duración, sino que, por la superficialidad con la que son tratadas, no llegan a propiciar reflexiones significativas que abran un serio debate ni en la propia Iglesia ni en la sociedad. Se esfuma de los titulares de prensa sin que alguna autoridad de la Iglesia estime necesario profundizar sobre lo que tales actitudes conllevan. En realidad, se manifiesta descaradamente la clásica «mantenerla y no enmendarla» de la Iglesia católica que, no cabe duda, es lo que lleva haciendo, imperturbable, desde hace siglos. Lo que muestra la falta de intención en el reconocimiento de su complicidad, cuando no su protagonismo, en estos sucesos sin duda execrables. Pero, eso sí, exigiendo a gobiernos, parlamentos y sociedad civil explicaciones por cuestiones que a la propia Iglesia le parecen inmorales. Mas esta actitud eclesiástica se ve protegida por los medios institucionales: partidos políticos y diferentes gobiernos, que no rompen la «ley del silencio» con la que acogen los actos aquí comentados, minimizándolos y reforzando, a mi entender, la actitud de la institución eclesiástica.

Las razones que pueden explicar el sigilo con el que el poder ejecutivo, legislativo y judicial trata los temas relacionados con la Iglesia católica española son, a mi juicio, las mismas que consagran el excepcional estatus de privilegio que goza en el Estado español. Respondiendo, así, a las obligaciones contraídas como consecuencia del pacto de Estado, rubricado durante la llamada «transición a la democracia» garantizando una buena parte de los privilegios que el franquismo había concedido a la Iglesia católica. De ahí los silencios de hoy.

La Iglesia debería saber que los mayores enemigos del mensaje evangélico que dicen representar no deben buscarlos fuera de ella, basta y sobra con los que existen entre su clero más granado. La pérdida de credibilidad que está afectando a la Iglesia católica obedece, además de la secularización de la sociedad, también a los gravísimos errores de una institución que ha perdido pie en el mundo real. El dramaturgo alemán Johann Wolfgang von Goethe dejó escrito que «la maldad no necesita razones, le basta con un pretexto». La Iglesia católica, escuchando a sus críticos, internos y externos, en lugar de acallarlos y perseguirles, debería trabajar con rigor, y de una vez por todas, para acabar con los muchos pretextos eclesiales que alimentan maldades y pervierten razones.

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