domingo, 19 de julio de 2009

LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE FERNANDO LUGO

por Felipe Real

El presidente paraguayo, Fernando Lugo, tuvo que asumir la paternidad de un hijo y otro niño espera la realización de un examen de DNA. Por unos días se temió que el gobierno sucumbiera ante la aparición de –por lo menos– seis mujeres seducidas y abandonadas. Lejos de ser la historia de otro caudillo prolífico, su caso golpea las puertas de la iglesia católica, ya que hasta finales de 2006 estaba consagrado como obispo, y también las de su propio mandato, pues el eje de campaña fue la moral. Su historia no hace otra cosa más que demostrar la hipócrita falacia de los votos de castidad y denunciar la delicada situación de las mujeres en el país sudamericano. Esta “embarazosa situación” fue aprovechada por quienes piden el fin del celibato.


El 15 de agosto de 2008, el ex obispo Fernando Lugo asumía diciendo, al borde de las lágrimas, “queremos un Paraguay donde todos crezcan sin exclusión”. Su imagen remitía a la del arzobispo salvadoreño Oscar Romero, que del sermón de la Montaña supo hacer la más tenaz declaración política. Lugo llegaba al poder liderando una amplia coalición de agrupaciones para enfrentar con una agenda política progresista a la honda deuda social, lacerada por el lastre de la añeja dictadura de Alfredo Stroessner y la corrupción. Las fotos lo muestran alzando su puño con firmeza, como si fuera un padre que lejos de pretender ser severo, promete ser justo.


Pero esa imagen idílica que durante la infancia se tiene sobre los padres, puede hacerse añicos cuando se la contrasta con la realidad. Y eso mismo pasó, un día después del último domingo de la última Pascua, cuando se confirmó un secreto a voces: el presidente Lugo reconocía que tenía un hijo de cinco años. El caso generaba una estridencia mayor ya que el niño evidentemente fue concebido cuando era obispo de San Pedro, un humilde episcopado al norte del país, y la madre contaba con sólo 17 años. Como si la situación no fuese lo suficientemente embarazosa, a los pocos días otras dos mujeres afirmaron haber tenido hijos con Lugo provocando un escándalo mayúsculo y la prensa –deseosa de enredos– llegó a afirmar que otras tres mujeres presentarían en breve cargos para que el mandatario reconozca a sus hijos. En medio de las repercusiones pasó a dársele verosimilitud a los dichos del controvertido general y ex convicto, Lino Oviedo, que en la campaña electoral aseguraba que su rival tenía 17 hijos escondidos en todo el territorio. Así fue que, en un abrir y cerrar de páginas, el ex obispo pasó de la Teología de la Liberación al realismo mágico, de ser el humilde padre de una capilla perdida en el Chaco a un padre múltiple, un auténtico seductor empedernido.


Si bien la irrupción de hijos no reconocidos es un trance que ya han atravesado políticos latinoamericanos durante su gobierno –como el argentino Carlos Saúl Menem o el peruano Alan García–, a Lugo se le achaca que en su campaña hizo hincapié en la ética. Asimismo, este percance lejos está de ser algo extraño en la historia paraguaya, ya que muchos de sus presidentes no sólo fueron hijos de madres solteras, sino que diecisiete de ellos tuvieron hijos extramatrimoniales. No obstante, el caso de Lugo presenta una arista no despreciable: habiendo sido un representante de la iglesia católica, fue por lo menos hipócrita al predicar abstinencia y no acompañarla con el ejemplo. Al mismo tiempo, se le criticó que teniendo un discurso de corte progresista, no contempló que algunas de las mujeres eran, además, pobres. Lejos de tomar en serio los juicios morales lanzados oportunistamente por sus rivales políticos, el tema tampoco merece reducirse simplemente a ser considerado “un acto privado de un personaje público”, pues las ruidosas demandas de estas mujeres dan visibilidad a un drama oculto de Paraguay: según estadísticas, el 70% de las mujeres educan a sus hijos sin la ayuda de los padres. Un índice que tal vez explique, en parte, el “pecado venial” del mandatario.


Sin pretender alivianar las responsabilidades de Lugo, podría subrayarse que es la expresión de una marcada tendencia de esa sociedad. Algunos remontan sus explicaciones a los tiempos prehispánicos para señalar las prácticas polígamas del pueblo guaraní, cuyo sonoro idioma todavía es hablado por la mitad de la población. En cambio, otros apuntan a que los primeros españoles que llegaron hasta este páramo sudamericano, desilusionados por la falta de minas de oro y plata, optaron por alivianar sus pesares con otros “tesoros”: las mujeres.


Los historiadores recuerdan que el propio gobernador Domingo Martínez de Irala (1509-1556) recomendaba a sus aburridos hombres que se armaran un harén con las nativas para así favorecer el mestizaje. Es sabido que en esa época, la conquista militar y la espiritual eran dos brazos de un mismo proyecto hegemónico que actuaban de forma sincronizada. Sin embargo, contrariamente a lo que se puede sospechar, Paraguay fue escenario de una de las evangelizaciones más fuertes y efectivas de América que tuvo como principal protagonista a la compañía de Jesús, la orden fundada por San Ignacio de Loyola. Como testimonio de aquellos días, todavía hoy el 90% de los habitantes se reconocen como católicos y su poderío no fue disputado por las iglesias evangélicas con la misma intensidad que en países vecinos. Estos antecedentes permiten dar cuenta de por qué Lugo pudo acercarse al poder teniendo como único antecedente el uso del traje religioso. También permiten explicar por qué las denuncias para que Lugo se responsabilice por su paternidad se hicieron una vez que era gobernante y no mientras era obispo. Daría la impresión de que en Paraguay se respetara (o temiera) más al poder eclesiástico que al poder político.


A la vez, otros expertos rescatan que los bocetos de una sociedad machista se concretaron al final de la guerra de la Triple Alianza, en 1865, cuando Brasil, Argentina y Uruguay embistieron contra Paraguay logrando la muerte de la mitad de sus pobladores. Los ejércitos aliados, como suele ocurrir, apuntaron a la población masculina: el 80% de los hombres murieron y sólo sobrevivieron niños menores de 12 años y ancianos. De esa forma, una sociedad con pocos hombres no hizo otra cosa que fortalecer el machismo y cristalizar tendencias que se venían desarrollando: los hombres tenían autorización moral para tener varias mujeres y múltiples familias. Asimismo, lo que en otros lados es denominado comúnmente como “hijos ilegítimos”, en Paraguay no parecía correr: nadie veía esa “ilegitimidad” como una mancha ni una carga social, menos aún si el hijo conocía a su progenitor o si el padre velaba –aunque sea indirectamente– por el niño. Si bien, a un siglo y medio de aquella masacre, la población masculina se equilibró, muchas prácticas sociales persisten.


La cultura del desprecio por la mujer provoca que el 80% de las paraguayas hayan sido víctimas de abuso sexual, según explica un estudio del Centro Paraguayo de Estudio Nacional de la Población. Las cifras oficiales son menores, pero igualmente alarmantes: por día, seis mujeres sufren violencia física o sexual. Como muestra de la desprotección que tienen las jóvenes, hay que advertir que las forzadas iniciativas de los opositores para juzgar a Lugo por estupro no prosperaron. ¿Por qué? Porque se carecía de una legislación que lo permitiera y sólo implicaba una multa. También puede considerarse como una consecuencia de estos fenómenos el incesante tráfico de mujeres hacia Argentina, Brasil, Bolivia, España e Italia con el fin de explotarlas sexualmente.


Un examen de consciencia. La imagen de Lugo quedó dañada para iniciar los cambios prometidos: lograr que Paraguay sea un país más justo y equitativo. Cualquiera que aspire a la conducción de una nación, debería saber que hay errores adolescentes que no se deben cometer, ya que el primer perjudicado es su partido. Así como es claro que Lugo cometió ciertos “pecados carnales”, asimismo se observa que, una vez descubierta su fertilidad, la oposición se lanzó con furia a provocar el desgaste de su imagen. Nadie logra confiar que sean auténticas las caras de indignación que pusieron las principales figuras del Partido Colorado, que sumergieron al país en una tenebrosa orgía social durante seis décadas, pues son los primeros beneficiados en las sombras.


Hay otro error que un seductor empedernido, y mucho menos un político, no puede cometer: ofender a su pareja oficial. Al confeccionar el gabinete y su estructura de poder, Lugo despreció a los mayores socios de la coalición gobernante, el Partido Liberal, generando resentimiento dentro del mismo “lecho”. Si fuesen reales las apetencias de los liberales de destronar a Lugo, están siendo, además de ambiciosos, bastante ingenuos. Porque si el Partido Colorado y otras oscuras organizaciones activan su maquinaria de poder para expulsar al presidente, no hay dudas de que los liberales correrían la misma suerte.


Para no minimizar las cuestiones de imagen ni el impacto de las tensiones internas de gobierno, hay que observar que desde 1989 fueron interrumpidas, por denuncias judiciales, conspiraciones o estallidos populares, presidencias en Brasil, Venezuela, Ecuador, Paraguay, Perú, Argentina y Bolivia. Es evidente que la degradación (buscada o no) de las autoridades ejecutivas y la destrucción política de mandatos legítimos presidenciales son constantes que amenazan a las repúblicas sudamericanas. Demás estarían estos dichos, si en la primera semana de mayo, no se hubiera colocado un explosivo en las céntricas calles de Asunción y orquestado una campaña de falsas amenazas de bombas, evidenciando que hay sectores poderosos dispuestos a lograr el desgobierno a cualquier precio.


Quienes creen que las críticas proferidas a Lugo poco tienen que ver con el derecho canónico, el control de la natalidad o la profilaxis, aclaran que –hasta ahora– un niño fue reconocido como hijo por el propio Lugo y que otro espera los resultados del examen de DNA. Pero que la tercera denunciante se desdijo y las otras tres supuestas madres que habían sido seducidas y abandonadas nunca aparecieron como se anunciaba.


Con la intención de salir de este mal trance, Lugo debería estudiar el ejemplo que el presidente estadounidense Bill Clinton le legó a la humanidad: puede “olvidarse” el quiebre del voto de castidad sólo si no se defrauda el voto popular. El secreto para que tal máxima se cumpla tal vez esté en lograr que sean más los ciudadanos que alcancen a disfrutar de las mieles de la economía, pues incluso cualquier sacerdote sabe que el órgano más sensible del hombre es el bolsillo.

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